El primer momento
Me reconocí en el sabor de su lengua que pidiendo permiso recorría toda mi boca, entonces la tomé de sus pelos tan largos como suaves y la hundí más en mis adentros aprobándola.
Eso le pareció divertido porque además de reírse mientras me besaba y después de morderme suavemente los labios, me miró a los ojos, bajó en busca de algo más, y volvió a mí.
No había música, sólo nuestros serenos ruidos, sólo nuestros cuerpos desnudos, nuestros ojos cerrados y una pequeña luz a cincuenta metros colada por las ramas de los árboles.
Todas las cosas que vivían ésa noche en ése cuarto y en nuestros cuerpos, era demasiado para lo que podía asimilar mi mente. Me embarullé entre sus besos, risas, caricias, miradas y propuestas, sintiendo que hiciera lo que hiciera, todo estaba bien mientras ella, me iluminaba con sus ojos.
Las cosas se daban como si yo las manejara a mi gusto pero en realidad, no era dueño ni parte de nada, ni siquiera de mi corazón que hacía rato estaba como apartado de todo. Como si latiera con vida propia, una vida más que nunca esporádica y profunda, que yo sentía generarse desde más allá de mi cuerpo, que empezaba a tomar forma en mi espalda, pasaba por mi estómago y mis pulmones hasta estallar en mi parte izquierda moviendo todo mi pecho. Ella me sintió cautivo por esa vida y apoyó su cabeza hasta dar un pequeño salto y volver a reír.
Después de un beso suave preguntó si ella me iría a matar, yo sólo pude mover levemente los labios para los costados y contestarle con besos. En el medio de ellos le susurré que ése momento sería el que elegiría para no ver más nada. Lamentablemente esas decisiones no corren por nuestra cuenta me dijo. No, no de manera natural, pude contestarle. Ella miró con algo de preocupación buscando en mis ojos hasta donde llegaban mis palabras, luego sonrió, y dijo saber que nunca me querría perder esto, tras lo cual buscó mi boca después de jugar suavemente con mi oreja y susurrarme que me amaba.
Casi al amanecer, bajó de mí buscando su lugar en la cama. Yo giré para quedar de frente a su espalda y la acaricié más allá de sus sueños, besé su hombro y dejé mi mano izquierda apoyada suavemente en el centro de su cuerpo.
El viento entró por la ventana refrescando pero anunciando también un día caluroso, cerré los ojos para acompañarnos en nuestros sueños y entonces, nuestras respiraciones empezaron a conversar y sentí como suavemente me alejaba con ella de aquéllos cuerpos agradecidos.
Eso le pareció divertido porque además de reírse mientras me besaba y después de morderme suavemente los labios, me miró a los ojos, bajó en busca de algo más, y volvió a mí.
No había música, sólo nuestros serenos ruidos, sólo nuestros cuerpos desnudos, nuestros ojos cerrados y una pequeña luz a cincuenta metros colada por las ramas de los árboles.
Todas las cosas que vivían ésa noche en ése cuarto y en nuestros cuerpos, era demasiado para lo que podía asimilar mi mente. Me embarullé entre sus besos, risas, caricias, miradas y propuestas, sintiendo que hiciera lo que hiciera, todo estaba bien mientras ella, me iluminaba con sus ojos.
Las cosas se daban como si yo las manejara a mi gusto pero en realidad, no era dueño ni parte de nada, ni siquiera de mi corazón que hacía rato estaba como apartado de todo. Como si latiera con vida propia, una vida más que nunca esporádica y profunda, que yo sentía generarse desde más allá de mi cuerpo, que empezaba a tomar forma en mi espalda, pasaba por mi estómago y mis pulmones hasta estallar en mi parte izquierda moviendo todo mi pecho. Ella me sintió cautivo por esa vida y apoyó su cabeza hasta dar un pequeño salto y volver a reír.
Después de un beso suave preguntó si ella me iría a matar, yo sólo pude mover levemente los labios para los costados y contestarle con besos. En el medio de ellos le susurré que ése momento sería el que elegiría para no ver más nada. Lamentablemente esas decisiones no corren por nuestra cuenta me dijo. No, no de manera natural, pude contestarle. Ella miró con algo de preocupación buscando en mis ojos hasta donde llegaban mis palabras, luego sonrió, y dijo saber que nunca me querría perder esto, tras lo cual buscó mi boca después de jugar suavemente con mi oreja y susurrarme que me amaba.
Casi al amanecer, bajó de mí buscando su lugar en la cama. Yo giré para quedar de frente a su espalda y la acaricié más allá de sus sueños, besé su hombro y dejé mi mano izquierda apoyada suavemente en el centro de su cuerpo.
El viento entró por la ventana refrescando pero anunciando también un día caluroso, cerré los ojos para acompañarnos en nuestros sueños y entonces, nuestras respiraciones empezaron a conversar y sentí como suavemente me alejaba con ella de aquéllos cuerpos agradecidos.
Después, algunas horas seguro, abrimos los ojos, nos reconocimos y supimos desde entonces, que ya no estaríamos solo.
I.S.S.
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