Hasta cuando yo quiera.

En las distintas sociedades, una de las particularidades de cada ser humano es, aceptar el rol que cumple como engranaje en la vida social. A veces, ese papel, ayuda a dibujarlo lo que la persona estudió, en lo que trabaja o en lo que ama hacer, más allá de las conveniencias sociales. 

Cuando se trata de trabajo convencional, las reglas están bastante claras, usted por un servicio, será abonado de una manera y obtendrá por eso, determinados beneficios. Con el paso del tiempo, si usted ejerce de forma sostenida la misma función social, será reconocido por eso y habrá cimentado su vida, en torno a ese rol, aceptado por todas las partes. 

Ahora, existe otro rol social, que las personas vamos tomando, por los cuales no se recibe ningún pago establecido, son las actividades que se hacen porque sentimos un profundo deseo de hacerlas, ya sea porque nos sentimos muy aptos o necesarios, y de tan así que nos sentimos, primero las hacemos, sin importar el rédito económico, porque muchas veces lo sabemos de antemano, no hay rédito económico para dicha actividad.
Pero no importa, ahí estamos, con la alegría que nos da realizar algo por amor, esas actividades en principio, nos conectan con nuestra esencia, porque la mayoría de las veces, hacer algo por fuera de los cánones establecidos por la sociedad, nos hace sentir que retribuimos a nuestra propia naturaleza, y eso, reconforta nuestro espíritu. 

Pues bien, imagine usted que yo salgo a caminar porque me hace bien hacer ejercicio, y empiezo, con el correr de los días, a juntar latitas de bebidas que veo tiradas en la calle. Mi actividad hasta ese punto, es muy beneficiosa para todos, a mi me hace bien para la salud, me hace sentir una buena persona y para la sociedad, mi actividad es también beneficiosa. Con el tiempo, junto tantas latitas, que empiezo a hacer cosas con esas latitas, pero, para hacer esas cosas, decido comprar algunas herramientas, y como ahora dedico parte del tiempo al pequeño taller, ya no tengo el tiempo que antes tenía, para salir a caminar. Pero no importa, mi actividad ha resonado en la ciudad, me han hecho alguna entrevista, me han felicitado por mi buen accionar, de tal manera que yo comienzo a suplir mi obra de bien desinteresada, por el nuevo rol que realizo en mis horas libres. 

Así que comienzo mis trabajos en latitas y hago ceniceros, llaveros, pulseras y, como la cantidad de latitas empezaron a crecer, porque la gente antes de tirarlas en la basura las lleva a mi casa directamente, cosa que en un principio me halagaba, pero que después empezó a incomodarme, cuando llegaba y solamente habían bolsas con latas en su interior, sin lavar, sin romper, sin aplastar, porque me sentí una especie de basurero de latas, sin que ya nadie me consultara si lo quería hacer o no. Porque en este punto, mi rol social era tan necesario y altruista que nadie reparaba en mi, solamente se detenían en sentir que hacían un bien ecológico, llevándome latas y latas a mi casa. 

Por suerte en un comienzo las ventas eran muy buenas, y lo incómodo que me dejaba el caminar menos, hacer menos ejercicios, lo compensaba un poco con la alegría que la gente me apoyaba con mis productos. 

De todas maneras en las próximas entrevistas que me hicieron, advertí sobre el sobre stock de latas que tenía en mi casa, que agradecía la ayuda, pero que en este momento tenía latas como para un año, más aún si como había empezado a pasar, la gente compraba ceniceros de vidrio, de cerámica y otros materiales, así que yo, en nombre de mi buen accionar le pedía a la gente, que comprara productos en lata, que yo necesitaba de la colaboración económica de todos ellos, para seguir con mi buen emprendimiento, aquél que se trataba básicamente de caminar para mejorar mi salud y de paso, limpiar la calle de cinco o seis latitas diarias que conseguía. 

Ahora en mi casa ya no tenía espacio, otras personas se acercaron a ayudarme, a brindarme su lugar, algunos entendieron mi impotencia ante la situación y reclamaron con aires más fuertes, y de empezó a hablar en todos lados sobre el loco compromiso de la sociedad con las latas y se dijo que si cada uno comprara un producto en lata, todo sería más llevadero, pero que la gente era mala y prefería tener algo mucho más caro tallado de vidrio en su casa, antes que un cenicero con el logo de determinadas empresas. Se agregó además, que los seres humanos eran malos, porque dejaban latas en el suelo, y que también eran malos porque en vez de hacerse cargo ellos de sus latas, se las venían a dejar a la institución (con el paso del tiempo tuve que ponerle nombre y otros detalles) que hacía tiempo no daba abasto, pero que a nadie le importaba. 

Al salir a la calle empecé a darme cuenta, que ya no era lo mismo lo que yo generaba en la gente, mi rol social había pasado de ser aquella persona que había encontrado la manera de hacer algo bueno para todos, incluido para mí, a mostrarles lo malas personas que eran por hacer algo, que antes hacían sin sentirse mal y que, a decir verdad, a nadie le cambiaba mucho porque si no pasaba yo caminando, el basurero se llevaría esas latas a otro lugar. 

Me di cuenta que en pos de hacer algo que me hacía bien, involucré otras emociones, otros sentimientos, otras personas y ya lo generado, superaba demasiado aquél rol social que tan bien me hacía. 

Me sentí mejor persona que otras y eso estaba bien, porque a veces de eso se trata, de sabernos buenos en algo por sobre los demás, nos da valor, unicidad. Ahora, también me di cuenta, que cuando yo para eso necesito remarcarle al otro lo que hace mal y lo que debería hacer, paso a ser el generador de un problema que antes no existía en la sociedad y eso, tampoco es lo que quise hacer desde un principio ¿o si?

Las actividades que se hacen ad honorem, deben ser nada más que eso, en una sociedad marcada por la retribución económica, es obvio que no voy a poder dedicarle más tiempo de mi vida a esa actividad, que a la otra que es la que me permite vivir en la sociedad. Y tengo que tener en cuenta siempre, que nadie me pidió hacer una actividad, por más noble que sea, por lo tanto, no puedo reprocharle a los demás, por actividades que ellos no hacen, que no sienten propias y que, muchas veces, por más altruista que sea la actividad, no tienen la más mínima ganas de hacerla. Y está bien, después de todo, no todo lo que yo hago es altruista, ni sanador para el medio ambiente, ni para los demás. Tengo mi regla moral y debo convivir con ella y actuar en consecuencia, si yo invierto más tiempo del deseado en alguna actividad, será responsabilidad mía, y también será mi responsabilidad, si la gente se molesta conmigo, porque yo les quiero imponer la moralidad que me lleva a enojarme, porque los demás no hacen lo que yo quiero. 

Así que, querido lector, si usted cuida los océanos, limpia los ríos, alimenta perros, gatos, quiere castrar a ambos, está en contra de la compra de guacamayos, zorzales, junta plásticos, cuida los montes, planta árboles, le quiere dar una bolsa de agua a niños africanos, quiere juntar sangre, donar órganos, y todo lo que a usted se le ocurra, sea feliz, de seguro lo va a ser, porque se va a sentir muy bien, ahora, no obligue con su regla a que los demás le den la espalda, haga lo que haga, hágalo usted a su beneficio propio (aunque no sea el económico), con su alegría, con su libertad, pero no quiera hacer sentir mal a los demás, porque en definitiva, se va a empezar a sentir mal usted y ahí, tendremos un nuevo problema donde antes, teníamos una sana solución. 


I.S.S.

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