¿Dónde está Papá Noel?

 Como católico obligado, así lo llamo yo cuando desde chico los padres deciden inculcarle a un niño determinadas creencias, pero bueno, al fin y al cabo, todas son creencias, viví las cercanías a fin de año con un sentimiento que lo podría definir como mezcla de felicidad, esperanza, ilusión, alegría, dudas, miedos, tristeza, ansiedad y también mucha expectativa por ver lo que bajo del árbol papá Noel dejaba para mí. Eso para mi significaba saber si me había portado bien durante el año para merecer lo que días antes, le había dejado escrito en una carta, o dibujado. No se podía pedir mucho porque el señor Noel tenía para entregarle regalos a todos los niños del mundo y todo lo que ya sabemos, por lo cual, recibir exactamente lo pedido era una felicidad comparable a lo que hoy sería… no, nada se compara con esa alegría de niño.

Entonces venía el día después donde salíamos a mostrar nuestros regalos y escuchábamos el cuento de alguien que había visto una sombra, ya nos habían comentado que no era necesaria la chimenea por lo cual, los niños que vivían en apartamentos también recibían sus regalos.

Hasta ahora, tenemos una comida especial, los regalos que llegan y el día después, todo perfecto, pero había algo más que era intangible que hacía de esos días los más especiales del año, al menos repito, para un católico obligado como yo.

Y es que la felicidad era completa por lo que significaban esos días desde el relato histórico que a medida que ha pasado el tiempo se ha ido deshilachando y perdiendo consistencia, si es que alguna vez la tuvo. Para mí, Navidad era el nacimiento de Jesús, los reyes magos visitándolo con unos regalos que nada tenían que ver con juguetes, ni siquiera con pañales al menos, la estrella de Belén señalando el camino, la salvación de la masacre de los judíos buscando el nacimiento del elegido para matarlo, aunque de verdad eso no lo tenía tan presente, si sabía de esa historia, porque enaltecía aquel momento mágico en un pesebre. Era el embarazo divino, eso nos contaban sin saber nosotros en aquél entonces, cómo se embarazaban las personas, sí sabíamos que dios había embarazado a una mujer mediante una paloma que habló con ella, háblame de magia Harry Potter.

Sacando estos detalles no menores hoy en día, pero sin quitarle un ápice de fantasía a aquellos días de Navidad donde en la mayoría de las casas se respiraba olor a pino, que poco tiempo después se llenaba de tarjetas incluso hasta de los vecinos que todos los días veíamos, abajo un pesebre y el 8 de diciembre mágico donde todo lo nuevo se asomaba.

Esta generación de niños, que quizás vivimos el momento más glorioso de la navidad, al ritmo de misas criollas y de los tres sudamericanos (hasta ahora se saben sus nombres), fuimos los que, al pasar el tiempo nos desprendimos de manera más dolorosa de la esperanza de esos días.

Porque todo lo positivo que traían esos días, también hacía que en esos días la gente pusiera una expectativa mayor en una sola comida, era como que la magia de la navidad (de verdad que creímos que existía) arreglaba todo.

Pero los tiempos cambiaron y quizás, tecnología mediante, lo que la gente se separa en 360 días, poco se puede zurcir en 5. También el avance de la ciencia ha ido derribando mitos y la frágil historia del gordo entrando por estrechas chimeneas, llevando en un carro miles de millones de regalos no es creíble celular en mano y miles de videos de YouTube, para un niño de tres años.

Y hay algo más que creo, ha sido fundamental no sólo para la navidad sino para muchos otros momentos e instituciones, todo lo que vivimos tiene su espíritu, su alma. Y nos equivocamos, el alma de la navidad no eran los regalos, eran los saludos, la tristeza de recordar a los que ya no estaban, las reuniones, comer algo especial pero más que eso, levantar la vista y ver a los tuyos y por supuesto, que los demás levantaran la vista y vos seas uno de los de ellos. Las luces del comercio, el chiste de la venta, sentir que navidad eran los regalos, vació de real contenido el que quizás fue, la mejor fiesta aunque no fuera católica. Hoy navidad, hasta se vive con preocupación, pero no porque lo niños no conozcan la verdad, sino porque hay que comprar regalos cada vez más caros, porque el marketing consumista en eso es perfecto y nos tiene a todos, un poco más un poco menos, en la misma piscina de la desesperación (comprada en cómodas cuotas eso sí).

Entonces, si esos días eran tan especiales y tan buenos ¿Cómo recuperarlos?

Ya no es posible, la magia nos da todo, pero cuando develamos su misterio, la herimos de muerte y quizás en este caso, no esté del todo mal. Porque toda esa magia estaba basada en una historia que, al fin de cuentas, no estaba bien contada. Quizás hasta le hacemos un favor al pobre José que ha pasado su vida trabajando la madera con una virgen a su lado para ver morir a su hijo (¿?) sobre maderos que él tan bien, suponemos conocía.

Quizás podamos resignificar estos días y aprovechar para darle un golpe, aunque mínimo, al capitalismo despiadado y anti mágico de esta época. Quizás, si nos damos cuenta que el espíritu de la navidad era la familia, los amigos, el perdón, el abrazo, el triunfo de querer estar bien por sobre cualquier regalo, podamos hacer que el 24 de diciembre no sea el nacimiento de Jesús (que de hecho ya todos sabemos que no fue en esa fecha) sino el solsticio de verano para nosotros y que, aprovechando esos días y ya aprontando desearnos un gran fin de año y un comienzo mejor para todos, digamos de aquí en más que el 24 de diciembre es, la fecha del amor.

Entonces, familiares, niños, amigos y desconocidos, pueden ser dignos receptores de nuestras mejores energías. ¡Y que haya regalos! ¡Por supuesto! Pero que los niños sepan que esos regalos son de sus padres, de sus abuelos, que esos regalos son sólo una muestra de afecto de alguien que aún está a su lado. Más que nada hagamos historias donde valoremos que nuestras miradas se espejan en las personas que queremos y no, en inventados nacimientos de inventados dioses que en tantos años de supremacía han demostrado ser ineptos para hacer que el agua potable llegue a África, al igual que la comida y resta sólo agregar, que no sólo ese continente carece hoy de lo básico para vivir, en un mundo que al mismo tiempo, se jacta de la realización de cosas, cada vez más vacías.

 

ISS

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