EL CANTO DE LA CALLE
Este pensamiento comienza como algunas historias infantiles.
Había una vez, en un lejano pueblo, un señor al cual le encantaba cantar. Los días que el trabajo le permitía se quedaba hasta altas horas... de la mañana. Juntaba la noche y el día mientras su voz paseaba entre guitarras, bandoneones y violines. Todo era una fiesta de música, canto y vino. Por supuesto estaba algún malvado vecino que molesto con esa música, denunciaba bastante seguido al cantor y sus amigos, que volvían a hacer lo mismo en cuanto podían, porque él no conocía otra forma de ser feliz. La situación en el barrio era tirante, pero pronto al hombre lo empezaron a llamar de festivales y cada vez estuvo menos en el barrio y cuando estaba ahí, los vecinos seguían yendo muy molestos a su casa, porque ya no lo escuchaban... y porque aún no les había firmado autógrafos. Así que el hombre pudo volver a cantar tranquilo en su casa las veces que podía, aunque luego se mudara a una casa mucho más grande en la cual ya no molestaba a nadie. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. La moraleja sería algo así como, si te gusta disfrútalo aunque algo te resulte muy cotidiano, o algo así.
Está historia es real, el muchacho al que denunciaban los vecinos era el Chaqueño Palavecino. Y sirve esta historia para conversar del arte musical, aquí en nuestras tierras uruguayas.
El Chaqueño no ha dejado de cantar en cuanto escenario ha existido y existirá hasta que deje de cantar, pero antes, durante muchos años y seguramente hasta que deje de cantar. Si no lo hubieran llamado, seguramente seguiría cantando hoy en su casa, molestando a los vecinos (aunque no lo hiciera por eso). Hubiera pasado toda su vida cantando por placer y nada más. El paralelismo con nuestras expresiones artísticas es claro, acá, la mayoría de los músicos que luego piden lugares en escenarios, no cantan porque sí, en la calle o ante alguna invitación, con la misma alegría que aquél que lo hace por gusto. Acá en Uruguay, los músicos, incluso hasta los muy pedidos, deben de tener otro trabajo para vivir. Lo que nos deja en las siguientes preguntas ¿Si les gusta cantar o tocar un instrumento y ya tienen trabajo? ¿Por qué no lo hacen de forma más despreocupada desde lo económico? Entiendo que si los llaman particularmente de un lugar y hay otro movimiento, se quiera cobrar, es lógico. Ahora ¿Cuantos de esos artistas tocan porque si? O armándose su propio escenario para que la gente en cualquier esquina lo escuche y le devuelva en aplausos, charlas y en algunos pesos, el pago por llevar a cabo su deseo de cantar.
Porque además otra cosa, para que al artista la gente lo reconozca, lo pida y lo acompañe en si canto, primero, tiene que escucharlo y pedir a un estado u organización, que primero me pague para que recién ahí comience el círculo de llevar adelante mi sueño artístico, creo que no es el camino.
El artista necesita caminar más abrazado a su verdadero sueño ¿será que el arte por el arte es el sueño de todos los que dicen eso? Así de esa manera, va a sentirse más feliz, sin importar que los demás no lo valoren, aunque esos después deban de llamarlo, porque su canto, ya está en la calle.
Nota de autor 1. Aplicable a cualquier actividad, no solo la de cantar.
Nota de autor 2. Músicos uruguayos han tenido ese camino abrazados al arte, son los que cuando llegan a un alto nivel de popularidad, a nadie le asombra, porque en uno u otro lugar, ya lo habían escuchado. (Por recordar dos de ellos, Jorge Drexler y Abel García)
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