El Espíritu es de todos.
Cuando una persona mayor de edad se queja, con sus amigos, con el psicólogo, con la vida, de cosas que le pasaron o le hicieron cuando era niño, está diciendo mucho más que declarar una mentira, un abuso de poder, o sexual. Cuando un adulto aún mantiene viva la queja, es la muestra más clara que ese adulto aún es aquél niño. Aunque ahora lo haga tapado con canas o destapado de pelos, con arrugas en la frente y el paso más cansino. En ese dolor, en ese no entender lo que le hicieron o le sucedió, aún está el niño, asustado, enojado, molesto, triste, llorando. La pregunta entonces es clara ¿Por qué ante el paso del tiempo y los cambios físicos y mentales aún mantenemos la vida del niño que fuimos? ¿O será que nunca dejamos de ser ese niño? O mejor aún, ¿Será que nunca fuimos niños y siempre hemos sido el mismo ser, que lo único que ha hecho ha sido, por reglas claras de la naturaleza, ir regalándole arrugas al paso del tiempo?
Creo que esa última pregunta es la respuesta. Que se le diga niño a alguien es decirle que su cuerpo aún no ha vivido muchísimas cosas, pero el espíritu de ese ser, es, absolutamente, alguien igual al abuelo, o al padre que miran a ese niño, como si no supiera nada.
O más escabroso aún, el abusador que no ve en un niño, las arrugas de un futuro abuelo.
Un niño no sabe menos que una persona mayor, sabe lo mismo, o más. Un niño lo que no sabe de este mundo es que los enchufes dan corriente, que el agua hirviendo quema, que hay que soplar la comida, que hay que vestirse, que todos los años se festejan los cumpleaños, en fin, póngale usted lo que quiera que los seres humanos no conocemos del diario vivir cuando llegamos al mundo.
Ahora, eso no hace a los niños, a los jóvenes, tontos, ni seres sin memoria que cuando crezcan se olvidarán de las cosas que los adultos le propinan, como si los niños fueran una caja donde guardar las injusticias que los adultos no saben manejar.
Los niños son seres humanos que no saben cosas del diario vivir, pero eso no hace a los adultos más inteligentes. Cuando los adultos comiencen a ver en los niños seres espirituales iguales a ellos, asi como se pide hoy que se vea el espíritu de los otros animales de la naturaleza, podremos empezar a cambiar esa visión tan sesgada de los demás, que deja a unos adultos, con sus propios niños dolidos de tantas injusticias vividas, como formadores de un mundo que va hacia un lugar, que ellos no saben cuál es, y que además, quizás ni siquiera vayan a estar presentes.
I.S.S.
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